sábado, 21 de noviembre de 2020

Mascarada

La mire. La mire como nunca la había visto. Me llamó la atención.

Me llamó la atención como nunca lo había hecho. Estaba diferente.

La mire no como una niña, ni tampoco como una dama. La mire como mujer.

Seriedad y seducción en su rostro. Una copa descansando en un guante de seda.

Y las horas del relo’. La música era tibia, pero los ánimos, helados como Rusia.

¡Tin tan!… las primeras campanadas. Es la hora de servir los canapés.

 

Ella aun no notaba mi presencia. Yo la espiaba como halcón que vigila a su presa.

¿Qué se enconderá tras esa máscara? ¿Tras esa sonrisa burlona? ¿Tras ese escote negro?

- ¡Bailemos! - Gritó un bigotudo con botas de montar. La noche aun es virgen.

La pista se comenzó a llenas de animas pecadoras. De rostros nuevos pero conocidos.

-Bailemos, dije yo. Con paso firme fui atacar a mi presa. Pero otro depredador llego primero.

¡Tin tan!... las segundas campanadas. Es hora de servir más licor.

 

La melodía no parece cesar, y lo ánimos se comienzan a calmar. Un resbalón.

El alcohol ya empieza a hacer efecto. Algunas parejas se han alejado de la pista.

Mis ojos siguen a mi presa. No la pierdo de vista. Paciencia, aun no es mi turno.

Las risas burlonas y sensuales se comienzan a escuchar. La música se vuelve más tenue.

Las copas ya se han vaciado. Los cuerpos ya se comienzan a juntar.

¡Tin tan!... las terceras campanadas. Es hora de bajar la iluminación.

 

El usurpador ha dejado vulnerable a mi presa. Es mi turno de mover.

- ¿Me permite esta pieza? Le pregunto. ¿La más esperada por todos? Me contesta.

Acerco mi cara a su oído. Como queriendo besar su cuello.

-Qué casualidad, yo también la he estado esperando a usted toda la noche.

- ¿Quién es usted? Me pregunto. Quizás era miedo, quizás era intriga.

Todos somos esclavos del incognito. Tomó mi mano y fuimos al centro de la pista.

 

La melodía se volvía más sensible y personal. Parecía que nos habíamos quedado solos.

Mientras mi mano descansaba en su cintura, su mano presionaba mi hombro.

El mensaje ya lo conocía, y la regla también: nunca muestres tu verdadero rostro.

El entorno se había convertido en Sodoma y Gomorra. Poco a poco las pieles se iban cayendo.

Mi mano había subido hasta el cierre del vestido.  Su sonrisa burlona aceptó la ofrenda.

¡Tin tan!... las cuartas campanadas. Es hora de comenzar el juego.

 

Me besaron sus labios escarlatas. Mis intenciones no dejaron nada a la imaginación.

Baje el cierre hasta poder sentir su espalda fría. Ella por su parte ni perdió tampoco el tiempo.

No alejamos de la pista de baile. Para ese momento ya estaba casi vacía.

Fuimos a un rincón del recibidor, donde un sofá de piel negra noes estaba esperando

Desanude mi corbata. Y su vestido morado yacía en el suelo. ¡BINGO! Grité. –

¡Tin tan! Las quintas campanadas. El juego se convirtió en guerra.

 

Y como en toda guerra, en esta mascarada gana el que al final suda, sangra y llora más…