La mesa estaba servida a la siete en punto de la noche,
como era obligación. Una entrada, 3 platos fuertes, un postre y el vino frutal
en las viejas copas de la familia.
Como se servía diariamente en la mesa de los Santamaría.
La vieja mesa de roble que muy pocas veces tenia comensales en ella. La roca,
ese antiguo castillo en ruinas, que fuese alguna vez hogar del Rey Bernardo “El
Sabio” y su numerosa familia, ahora se había reducido a escombros de una vieja dinastía,
los restos de la Casa Santamaría al verse fallecido el Rey, pues la corona y el
trono quedaron huérfanos.
No obstante, la vieja dama de los rizos rojos y ojos
avellana, seguía viviendo en ese, su hogar. A pesar de haber perdido a su
esposo e hijos, ella seguía siendo la Reina de ese castillo, y de ese valle. Mecía
su copa rota en señal de ocio y tristeza. Los Ponce de León habían sido la segunda
familia más poderosa del Valle, solo superados por los Santamaría. Ahora ambas
casas se habían extinguido, a causa de la misma cosa que los había unido: la
corona.
Mis hijos, se decía a sí misma, algún día volverán a
esta casa, de rodillas, con las batallas perdidas y las extremidades sangrando,
cuando sus guerras valgan menos que la sangre que corre por sus venas: “La
sangre es más espesa que el agua”.
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