La mire. La mire como nunca la había
visto. Me llamó la atención.
Me llamó la atención como nunca lo había hecho. Estaba diferente.
La mire no como una niña, ni tampoco
como una dama. La mire como mujer.
Seriedad y seducción en su rostro. Una
copa descansando en un guante de seda.
Y las horas del relo’. La música era
tibia, pero los ánimos, helados como Rusia.
¡Tin tan!… las primeras campanadas.
Es la hora de servir los canapés.
Ella aun no notaba mi presencia. Yo
la espiaba como halcón que vigila a su presa.
¿Qué se enconderá tras esa máscara?
¿Tras esa sonrisa burlona? ¿Tras ese escote negro?
- ¡Bailemos! - Gritó un bigotudo con
botas de montar. La noche aun es virgen.
La pista se comenzó a llenas de
animas pecadoras. De rostros nuevos pero conocidos.
-Bailemos, dije yo. Con paso firme
fui atacar a mi presa. Pero otro depredador llego primero.
¡Tin tan!... las segundas
campanadas. Es hora de servir más licor.
La melodía no parece cesar, y lo ánimos
se comienzan a calmar. Un resbalón.
El alcohol ya empieza a hacer efecto.
Algunas parejas se han alejado de la pista.
Mis ojos siguen a mi presa. No la pierdo
de vista. Paciencia, aun no es mi turno.
Las risas burlonas y sensuales se
comienzan a escuchar. La música se vuelve más tenue.
Las copas ya se han vaciado. Los
cuerpos ya se comienzan a juntar.
¡Tin tan!... las terceras
campanadas. Es hora de bajar la iluminación.
El usurpador ha dejado vulnerable a
mi presa. Es mi turno de mover.
- ¿Me permite esta pieza? Le
pregunto. ¿La más esperada por todos? Me contesta.
Acerco mi cara a su oído. Como queriendo
besar su cuello.
-Qué casualidad, yo también la he
estado esperando a usted toda la noche.
- ¿Quién es usted? Me pregunto. Quizás
era miedo, quizás era intriga.
Todos somos esclavos del incognito.
Tomó mi mano y fuimos al centro de la pista.
La melodía se volvía más sensible y
personal. Parecía que nos habíamos quedado solos.
Mientras mi mano descansaba en su
cintura, su mano presionaba mi hombro.
El mensaje ya lo conocía, y la regla
también: nunca muestres tu verdadero rostro.
El entorno se había convertido en Sodoma
y Gomorra. Poco a poco las pieles se iban cayendo.
Mi mano había subido hasta el cierre
del vestido. Su sonrisa burlona aceptó
la ofrenda.
¡Tin tan!... las cuartas campanadas.
Es hora de comenzar el juego.
Me besaron sus labios escarlatas.
Mis intenciones no dejaron nada a la imaginación.
Baje el cierre hasta poder sentir
su espalda fría. Ella por su parte ni perdió tampoco el tiempo.
No alejamos de la pista de baile. Para
ese momento ya estaba casi vacía.
Fuimos a un rincón del recibidor,
donde un sofá de piel negra noes estaba esperando
Desanude mi corbata. Y su vestido
morado yacía en el suelo. ¡BINGO! Grité. –
¡Tin tan! Las quintas campanadas. El
juego se convirtió en guerra.
Y como en toda guerra, en esta
mascarada gana el que al final suda, sangra y llora más…